La feminista María Galindo (1964) es una figura notable de las luchas sociales bolivianas. Es fundadora del colectivo Mujeres creando, en funcionamiento desde 1992, y ha cultivado el performance, el activismo de base, el documental y la radio. Entre sus libros destacan Ninguna mujer nace para puta (2007), en coautoría con la argentina Sonia Sánchez y No hay libertad política sin libertad sexual (2017). Actualmente desarrolla un proyecto audiovisual sobre las múltiples aristas de la prostitución, cuyo sonoro nombre es “revolución puta”.
Graduada en psicología y comunicadora de oficio, Galindo es una feminista opuesta a la economía de mercado global y a la democracia liberal, una activista utópica que propone la reinvención radical del mundo. Con elegancia evade preguntas propias del siglo XX, al estilo de si hay que acabar con la propiedad privada de los medios de producción, pero también interrogantes del siglo XXI, relativas a la corrección política, a la vigilancia sobre el arte, la literatura, la cultura y el pensamiento vistos solo en términos de memorial de agravios. El avance registrado por las mujeres desde el siglo XIX hasta ahora le parece una concesión no comparable con las condiciones de las europeas o las indígenas antes de la modernidad, aunque reconoce, por ejemplo, que el voto y la educación pública gratuita y autónoma le han dado voz y presencia a las descendientes de las mujeres pobres bolivianas. No concede mayor relevancia a los índices de equidad de género que demuestran que existen diferencias sustantivas entre una mujer pobre de Venezuela y su par en Alemania, pero acepta que tales diferencias existen. En todo caso, subraya, el capitalismo neoliberal es uno y funciona igual en todos los países; por ejemplo, ni Ángela Merkel puede oponerse al poder farmacéutico transnacional. Tampoco reconoce diferencias relevantes entre las condiciones de la población LGBTQ en países como Rusia o Irán y las condiciones de sus pares en las democracias liberales.
María Galindo es una rebelde absolutamente moderna, con una personalidad e inteligencia fuera de serie, concebibles dentro de una tradición de libertades individuales, pero que solo le ve sentido a su lucha desde posturas que derriban al individuo para comprenderlo como sujeto de comunidad. Se confiesa insobornable y responsable de las consecuencias de su ejercicio político inclasificable, las cuales enfrenta sin quejas. Su verbo es preciso y poético, incendiario y empático.
¿La desobediencia nos hace felices o nos hace libres?
Ambas cosas. En Bolivia la lucha social se legitima desde la glorificación del dolor, de la muerte, de la inmolación, pues de este modo adquiere respeto, sentido y reconocimiento. Propongo una contracorriente poética que asuma la lucha desde el goce, que sea un lugar donde quedarse, una acción infinita que incluya placer y felicidad. En el movimiento Mujeres creando hemos hecho del disfrute un culto y de la felicidad una palabra voluble que adquiere nuevos sentidos, en oposición a un feminismo necrófilo y “comemuertas”, incapaz de celebrar la vida de las asesinadas en lugar de subrayar lo que Rita Segato llama el espectáculo patriarcal de su muerte violenta, un espectáculo sin duda moralizante. Nosotras insistimos en hablar no del día después sino del día antes de su fin. ¿Qué estaban haciendo, planeando una fiesta, un divorcio, rompiendo una relación, trabajando? Debemos oponernos a la patrimonialización, una práctica que exalta el heroísmo y el martirio, muy propia de América Latina, al que yo llamo el continente sin nombre. No patrimonialicemos a nuestras muertas, reivindiquemos las esperanza y la vida de las vivas mientras seguimos en nuestro empeño de impedir los feminicidios y que se haga justicia.
Eres muy crítica con las convencionalmente llamadas ciencias sociales y las humanidades, a pesar del auge de corrientes de izquierda como la teoría decolonial, los estudios culturales, los diversos feminismos críticos con la tradición ilustrada e, incluso, la teoría queer. ¿Cuáles son tus diferencias con la academia?
Ante todo, el monopolio de la producción de conocimiento que la academia pretende ejercer sobre el conjunto de la sociedad, el cual contradice otras formas de tal producción fundantes e imprescindibles para comprendernos, como la que se construye desde la lucha. Se impone la idea de que las universidades crean la teoría y de que el activismo, el lugar de la práctica, debe nutrirse de la teoría surgida en las instituciones académicas. En Mujeres creando estamos permanentemente generando conocimiento; de hecho, recibimos doctorantes y hemos terminado por monetizar nuestras entrevistas con estos y estas como una forma de enfrentar el simple extractivismo epistemológico. Me refiero a una práctica en la cual la academia, como institución legitimada por la sociedad, somete a un proceso de traducción a sus propios términos a los movimientos sociales más diversos y, en especial, a las comunidades indígenas. Sin duda, reconozco el valor de la universidad pública y gratuita como conquista del movimiento obrero de la primera mitad del siglo XX; cuando me llaman los estudiantes –en Bolivia el cogobierno entre alumnos y profesores está arraigado– acudo siempre. Además, he sido eventualmente profesora universitaria pero he resultado demasiado incómoda; en realidad, me dedico a una serie de oficios para ocupar un lugar que no tiene nombre
Sujeto del feminismo para María Galindo: “alianza insólita y prohibida entre mujeres”. ¿Solo indias, putas y lesbianas? ¿No se trata de un sujeto demasiado acotado a un tipo de mujer? ¿Qué opinas de los consensos y cuál es el límite? ¿En tu experiencia como activista de base no has tenido que negociar con lideresas evangélicas?
Lo de alianza insólita y prohibida entre mujeres se trata de una definición poética y metafórica para cuestionar la construcción de movimientos identitarios. Las identidades responden a un paradigma neoliberal que fragmenta la comprensión de las luchas sociales y olvida la interconexión vital entre estas. Se trata de discursos fragmentarios en función de identidades fragmentarias que se convierten en clientes del sistema, del Estado o de las instituciones privadas. Es una simplificación absoluta pensar que una india es igual a otra india, que las mujeres son iguales entre sí o que las trans igualmente lo son. Soy lesbiana y por supuesto que he pasado por el movimiento identitario, pero hay que trascender este marco. En cuanto al tema de los consensos, hay que trabajar constantemente con alianzas éticas, no ideológicas. Por ejemplo, cuando se hace activismo a favor de la legalización del aborto, el único límite para establecer consensos es coincidir en este objetivo. Así funciona respecto al antirracismo, la tríada trabajo manual-intelectual-creativo, la exigencia de rendición de cuentas, la prohibición de la transfobia o la defensa de un parque nacional. No tenemos que pensar de la misma manera; en el caso específico del feminismo las diferencias son inevitables y deseables. Debemos hacer un espacio común de alianzas insólitas. El límite de tales alianzas es un límite práctico no predeterminado, no está escrito en la Biblia ni en una especie de Decálogo, como Los diez mandamientos. El límite del consenso lo impone la práctica pero, además, el consenso –la idea de que todos y todas tengamos que llegar a un acuerdo– no constituye el único instrumento para construir, actuar y moverse.
¿Cuál es tu visión sobre los gobiernos de izquierda, entre ellos el de Evo Morales en Bolivia?
Enfrenté durante el gobierno de Evo Morales tres procesos judiciales, de los cuales salí bien librada. Me enfrenté igualmente al interinato de Jeanine Añez mientras Evo Morales y sus colaboradores cercanos salieron huyendo de Bolivia. Evo fue prisionero de los límites que le impusieron los militares y la policía. En general, los gobiernos de izquierda han sido también cómplices del capitalismo global extractivista, ecocida, patriarcal y colonizador, incapaces de trascender las dinámicas de poder propias del Estado nacional y el capitalismo neoliberal global. En el caso del gobierno de Nicolás Maduro, se trata de una narco-oligarquía demagógica, y es terrible que la respuesta ante la migración venezolana sea la xenofobia generalizada en Sudamérica, comparable con la existente en Europa respecto a refugiados y migrantes en general. Cuba se trata de un régimen socialista proxeneta –tema al que me referí, junto a Sonia Sánchez, en Ninguna mujer nace para puta– con fuentes de divisas tan cuestionables como el turismo sexual. Es increíble que la Federación de Mujeres Cubanas niegue, me atrevo a decir que neuróticamente, esta realidad.
Has sido muy dura con tus posibles aliados de izquierda en Bolivia. Para muestra, tu conversación con Alvaro García Linhera cuando era vicepresidente de Bolivia, publicada en No hay libertad política si no hay libertad sexual.
Sí, todos los días me reclaman que pierda aliados en altas esferas de poder, pero en mi celular tengo los números de muchos funcionarios del gobierno de Morales y de Arce; no soy ortodoxa y estoy siempre abierta a la política como lucha infinita y cotidiana, por lo que me ha tocado relacionarme con fiscales, jueces, policías. El punto es que no me interesan las relaciones clientelares; estoy consciente de que hay gente que necesita recibir una canasta de comida para sobrevivir, pero no deben someterse a ningún gobierno o institución por una razón como esta. Le reclamé a Alvaro García Linhera su conformidad con una ficción de poder absolutamente incapaz de propiciar los cambios necesarios para el país. Viven para las encuestas y la popularidad, no para hacer política de verdad.
Te has referido en tus libros y declaraciones a la existencia de un bloque popular conservador en Bolivia y, desde luego, en otros países de América Latina. Muy poca gente se atrevería a decir algo así, pero en realidad describes la situación de amplias franjas de los sectores populares que pueden calificarse de homofóbicos y antifeministas y tiene expresiones organizadas, por ejemplo, alrededor de las iglesias evangélicas pentecostales.
Es precisa una renovación del léxico con el que hablamos sobre el movimiento popular, ya que está sacralizado y, por lo tanto, no es susceptible de crítica. Puedes criticar a un gobierno pero no puedes criticar a un movimiento de mujeres campesinas. Tenemos que cuestionarnos y una prueba de lo que digo es la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil, con una amplia base de apoyo religioso. También pasó en Ecuador con Lenín Moreno; es más, durante el gobierno de Evo Morales se le dio personería jurídica a una cantidad importante de denominaciones cristianas fundamentalistas. En mi opinión se trata de una guerra ideológica equivalente a la segunda extirpación de idolatrías.
Ante el autoritarismo en auge que significan los fundamentalismos, por no hablar de las derechas e izquierdas que se definen por la aniquilación real o simbólica del adversario (o enemigo, para ser exacta), ¿no habría que defender conquistas de la democracia liberal como el pluralismo político y los derechos humanos, avances sociales como la educación y a salud públicas? La izquierda ha producido monstruosidades como el estalinismo o la revolución bolivariana, cuya actitud antiilustrada, que desprecia el conocimiento, la ciencia y la tecnología, ha devastado a Venezuela.
No acepto que las alternativas sean la democracia liberal o el mundo que describes. Los logros de la democracia liberal se circunscriben a una minoría del mundo. En cuanto a términos como izquierda y derecha o conservador y progresista, son insuficientes, una simplificación que no nos sirve más. Bajo la aparente dicotomía izquierda y derecha solo se esconde una misma lógica en relación con lo que llamamos “naturaleza” y con respecto a las mujeres. Los feminismos, ecologismos y pueblos indígenas son los que representan los albores de las nuevas bases para la comprensión de este mundo. Yo no hablo de izquierda y derecha sino de descolonización y despatriarcalización, término usado por el gobierno de Bolivia pero que formulé yo. Propongo la desestructuración de la familia heterosexual blanca de clase media, en tanto modelo al que todos debemos someternos; también de la división del trabajo y del binarismo sexual.
Soy una lesbiana casada y monógama. ¿Por qué eres tan dura con quienes escogemos esta opción?
Lamento si de mis declaraciones o libros se puede deducir algo así. No se debe imponer ningún modelo de convivencia, como ha ocurrido con la familia heterosexual, un dispositivo de colonización perfecto que separa a las mujeres y reduce los horizontes al bienestar de tu entorno más inmediato. Debemos ir más allá. Reivindico las soberanías del cuerpo, atrevernos a equivocarnos, entender que el Estado nacional está llegando a su crisis. Propongo hablar y escribir sobre otros horizontes, sobre geografías en lugar de naciones: la andina, la caribeña, la amazónica. Es hora de abandonar la sumisión a genealogías históricas y epistémicas eurocentradas –feminismo de la primera, segunda y tercera ola, por ejemplo– para buscar saberes y genealogías alternativas al socialismo y al liberalismo, de raíz ilustrada, que nos liberen de un futuro donde se avizora un mundo arrasado por el ecocidio capitalista. No tengo las respuestas de cómo construir un mundo no racista ni clasista, liberado de la homofobia y la transfobia, que acoja como iguales a los animales y las plantas. No las tengo porque tenemos que construirlas.